Recuerdo con absoluta añoranza las reuniones que tuve una vez al año, durante una etapa anterior de mi vida, con motivo del Certamen de Narraciones Breves del Periódico Ideal, en el que colaboré.
Nos reuníamos el jurado para almorzar. A la sobremesa deliberábamos sobre las narraciones para elegir la ganadora. Y luego la conversación: la literatura y la vida, sobre todo la vida. ¡Ah! “El placer de hablar por el sabor que las palabras dejan en la boca”. Conversar, un verdadero deleite cuando encontramos buenos “contrincantes”. Y aquel dialéctico y humano regalo, que se me presentaba todos los años, no había que desaprovecharlo. Porque allí, en la batalla, había buenos contendientes. Entre ellos estaba ¡nada menos que Manuel Villar Raso!, ¡Qué lujo de contertulio! Yo lo admiraba ya antes de conocerlo personalmente. Había leído artículos suyos y algunas de sus novelas (“Las Españas perdidas”,“El color de los sueños”, “La mujer de Burkina”…). Me encantaba su vigor narrativo, el lirismo y la sobriedad de su prosa.(Cualidades que debe de imprimir la tierra de Soria. “¡Campos de Soria/ donde parece que las rocas sueñan,/… ¡Oh sí! Conmigo vais campos de Soria…/ “Me habéis llegado al alma, / ¿o acaso estabais en el fondo de ella?”, que escribió Antonio Machado).
Era todo un lujo para mí ver a Manuel Villar Raso sentado frente a frente, consu fuerte personalidad y su decir sincero y frontal.(En alguna parte he leído que hablamos como escribimos, y escribimos como hablamos. Él era un buen ejemplo).Siempre lo he considerado uno de esos pocos escritores de raza con los que una ha tenido la fortuna de cruzarse en la vida. Lo digo con la misma sinceridad que le caracterizaba. Y agradezco al destino que hubiera recabado, desde sus larga andaduras por tan diversos lugares (Soria, Madrid, Inglaterra, Canadá, Nueva York, Barcelona…) en mi Granada natal. Ciudad de la que habló con su habitual pasión, en varios de sus artículos. Sí, eran (y son) unos artículos claros y profundos, a un tiempo, (binomio que no es incompatible y en el que creo que era un maestro).Recuerdo ahora, particularmente, algunos de los artículos que escribió sobre África. (Continente que tanto amó, que visitó con frecuencia y del que surgieron varias de sus novelas). Al escribir estas palabras, me viene con toda nitidez a la memoria uno de ellos,trataba de la música actual africana. Al leerlo casi me pareció escuchar aquellos ritmos auténticos, tan cercanos y tan lejanos. Tal es la atmósfera envolvente que se recrea en sus escritos.
Y al hablar de estas atmósferas, que con tanta fuerza y personalidad recrea, pienso en un libro de Manuel Villar especialmente querido para mí (y que reseñé en su momento) me refiero a “La casa del Corazón” (Dauro, 2001), una evocación de su infancia y adolescencia en su Ólveganatal.
Conocedor de mi dedicación a la literatura infantil y juvenil, me hizo partícipe del libro que acababa de publicar: “Se trata de una recreación de mis vivencias, de niño y adolescente, en el pueblo donde nací, en la provincia de Soria. Es una crónica muy personal y descarnada, diferente al resto de mis novelas”.
Al leer“La casa del corazón”, ratifiqué sus palabras. Su libro me emocionó hondamente, pues Villar Raso mezcla en él, ese mundo irracional, extremo y disparatado, de miedos sobrecogedores –casi inhumanos- con exquisitas e insospechadas ternuras, patrimonio casi exclusivo de los niños. Cuántos terrores e incluso angustias existenciales, atraviesan las mentes de los niños (con frecuencia más atormentadas de lo que pensamos). “Don Tiburcio”, escribe Manuel, “llegó al pueblo un domingo de verano y al día siguiente era invierno”, refiriéndose a la llegada a Ólvegade aquel maestro vengativo, excombatiente en la guerra civil, que les llenaría de hielo las entrañas a los más pequeños. Pero también irrumpen en la historia personajes alados y hermosos, por bondadosos, igual que en los cuentos de hadas, como aquella niña “Carmencita”, primer y sensible amor del pequeño Manuel, o su hermano David que moriría en la mina, y tenía tal poder y vigor, que era capaz de alejar los escarchados y grises inviernos de la vida de aquel niño. “El único mojón limpio en el paisaje”, escribe en su novela, “era David, y yo veía por sus ojos, respiraba por su boca y reconocía como un sabueso sus pasos antes de abrir la puerta. Oía la palabra Dios y en mi cabeza eran la misma cosa”.
Lenguaje alto y poético el de “La casa del corazón”,crónica dolorosa de una España delos cuarenta, pero también recreación de ese mundo poderoso que gravita en torno al encuentro con la escuela, con los maestros, con los primeros amigos, con el descubrimiento de la sexualidad, del amor… Hallazgos cruciales para el resto de la existencia, en que los avatares de la vida van restringiendo ese sentido de lo mágico, de lo trascendente, que heredamos al nacer, pero que Villar Raso rescata de ese modo poderoso, en su novela. “Mal harán quienes lean el libro en identificar autor, anécdotas y personajes con hechos reales”, aclara el autor, “porque este Ólvega del que escribo, es sólo un sueño”.
En la portada del libro se ven los cinco hermanos (aún no había nacido Manuel) posando serios para el fotógrafo, intento adivinar cuál de ellos es David, busco la mirada noble de aquel héroe y consejero que un día le dijo a su hermano menor: “Te marcharás de casa y permanecerás fuera hasta que hayas probado todas las mieles del mundo, y no sientas los pies, las espinas, zarzas y malezas de la casa del padre, hasta que quieras estar solo y tener un lugar tranquilo, limpio y sin tristeza, libros que leer e historias que contar” Fue también aquel hermano mayor quien le alentaba: “Voy a trazarte el camino para que un días vuelvas y todo el mundo te mire con orgullo. Te marcharás de casa…”. David no se equivocó, Manuel se marchó de allí, y encontró libros que leer e historias que contar.
Hay un Lirismo desgarrado en la prosa de “La casa del corazón”. Poesía en la prosa de Manuel Villar Raso. Sensibilidad poética que le ha llevado también a estudiar y a profundizar en la obra de numerosos poetas, muchos de ellos norteamericanos (No en vano se doctoró en literatura norteamericana). Sensibilidad poética que lo convirtió en un magnífico traductor de poetas como Walt Whitmany Emily Dickinson.
Fue en otra de nuestras reuniones anuales, cuando estuvimos hablando, a los postres, de los versos enigmáticos y sutiles de la poeta norteamericana EmilyDickinson.(“Esa Santa Teresa laica, presumida y coqueta de alma”, como la definiera Juan Ramón Jiménez). Me contó del libro que acababa de publicar, “Crónica de plata” (Hiperión, 2001),una selección y traducción de los poemas de la escritora norteamericana, realizada por él, en edición bilingüe. “Es una poeta de una actualidad increíble”, me dijo, “sus versos a pesar de estar escritos en el siglo XIX, resultan absolutamente intemporales”. Ycomo ejemplo me citó uno que le gustaba en particular: “Sé Alguien – ¡Qué aburrido!/ Cómo una rana -¡Qué vulgar-!/ Pasarte Junio entero diciéndole tu nombre/ ¡A la primera charca que te admire!”.
Al leer el libro (que, con su gentil dedicatoria, guardo como un tesoro)comprendí que sólo otro poeta podría haber empatizado con los versos de Emily Dickinson, y haberlos traducido como él lo hizo. Poseo otras traducciones que había adquirido con anterioridad, pero al comparar,encuentro en la traducción de Villar Rasoun especial respeto por la esencia de los poemas de EmilyDickinson: por su personalísimo tratamiento del lenguaje, por su peculiar cartografía, y por su concentración de pensamiento y fino humor. Son a destacar también en “Crónica de Plata”, las palabras introductorias. En ellas,Manuel Villar, con su decir claro y ameno, muy alejado de esas florituras personalistas al uso, que tanto confunden, sintetiza la compleja personalidad de la poeta y su obra. Y analiza el mundo y la época en la que se desenvolvió, haciendo un magnífico estudio comparativo con otros escritores y poetas contemporáneos a la autora. “Poe y Whitman”, concluye en su prólogo, “son poetas para el mercado y la galería, mientras que Dickinson se limita a explorar su yo interior una y otra vez”
El pasado año se estrenó: “Historia de una pasión”, una película inspirada en la vida y en la obra de la poetanorteamericana. Fui a verla y me acordé mucho de Manuel, deseé de todo corazón haber podido hablar con él, tenerlo de nuevo sentado frente a frente. Estoy segura de que también habría ido, motivado por la curiosidad, a ver la película sobre su admirada poeta. ¿Qué le habría parecido? ¿Le habría decepcionado, igual que a mí, el tratamiento sesgado y sórdido que se hacía de la vida y la obra de Emily Dickinson? (Reducido casi a un panfleto feminista y a un planteamiento centrado, me temo que en exceso, en su obsesiónpor la muerte). Creo que le faltaba ese aliento y esa recreación en la totalidad de su poesía.En sus otras reflexiones, sobre la naturaleza, el amor, la fama… Facetas que con tanto acierto analiza Villar Raso en su libro.
¡Ah! ¡Cómo me hubiera gustado intercambiar estos pensamientos con Manuel! ¡Haberseguido hablando con él de todas esas cosas!: de la poesía, de los recuerdos de la infancia, de África, de sus viajes, de la literatura en general, de la vida… Sobretodo de la vida. Igual que en nuestras tertulias de antaño.
“Hay un sencillo poema de Emily Dickinson”, comenta en el prólogo de Crónica deplata, “que me impresionó fuertemente al leerlo”. Se refiere al poemaquecomienza:
I shall know why – when time is over…
“Sabré por qué – cuando finalice el tiempo
Y haya dejado de preguntarme por qué.
Cristo me explicará cada angustia por separado,
En la hermosa aula del cielo”.
Yo también tengo la esperanza de sentarme alguna vez con ellos dos, con Emily y con Manuel, enla hermosa aula del cielo. ¡Menudos contertulios!
Ayes Tortosa
Enero-2017