Mi abuelita Genoveva
era tan, tan despistada,
que decía: “¡Buenos días”!”
Cuando se iba a acostar,
y a las natillas les echaba
dos cucharones de sal.

Si salía a pasear
se ponía el delantal,
en agosto la bufanda,
y en diciembre, el bañador.
Porque no se daba cuenta
si hacía frío o calor.

Mi abuelita Genoveva
era tan, tan despistada,
que sin querer contestaba:
“¡Diga!”, al despertador.
Y un día regó el jazmín
Con el agua del arroz.
Pero jamás se olvidaba,
mi abuelita Genoveva,
de hacerme un pastel enorme,
con chocolate y con guindas,
el día de mi cumpleaños,
ni de que comiera el gato.

Y tampoco se olvidaba
de darme las buenas noches
con un beso, y de contarme
un cuento, o dos o tres,
antes de que me durmiera.
Entonces, yo me decía,
cerrando un poco los ojos:
“No será tan despistada
una abuela que hace esto”.